Esta cuestión se habrá planteado en varias ocasiones en distintas plantas de cardiología o en la consulta. Cuando hemos tenido delante a algún paciente con una descompensación reciente de insuficiencia cardiaca, le preguntamos si está haciendo dieta sin sal
En las diferentes guías de práctica clínica consultadas en el capítulo de modificaciones del estilo de vida aparece la restricción de sal como recomendación.
De hecho en mi hospital se administran dietas sosas (cero sal) a los pacientes hipertensos o ingresados por insuficiencia cardiaca como regla general.
Durante mis años de formación se repetía como un mantra lo del consumo excesivo de sal como una de las principales causas de descompensación.
Algo escrito en tantos sitios y que se recomienda tanto no suele ser de las cosas que revisas para ver de qué fuentes está sacado. Lo das por hecho. Por eso es sorprendente que este consejo no está sustentado por estudios de gran fortaleza. El nivel de evidencia científica que se otorga es C, o de consenso de expertos (el nivel de evidencia científica más bajo).
Esto es así porque no está sustentado por estudios que hagan comparaciones directas entre sujetos de manera controlada.
Sino en estudios pequeños, sin control adecuado de posibles sesgos. Por ejemplo, no se mide igual la ingesta de sal. Ni se controla igual el aporte de líquidos diarios. Por si fuera poco en los escasos ensayos más rigurosos sobre el tema los resultados han ido tanto en una dirección como en otra.
En este artículo voy a exponer el tema de la restricción de sal. Sobre todo en pacientes con insuficiencia cardíaca. Y me voy a mojar sobre lo que yo pienso y recomiendo a mis propios pacientes.
¿Cuánto es demasiada sal y por qué tomamos más de la recomendada?
Para centrarnos un poco nos puede valer el dato de que en España estamos en torno a los 9,5 gramos diarios de sal por cabeza. Esto dista mucho de los 5 gramos diarios recomendados por la Organización Mundial de la Salud (que equivalen a 2 gramos diarios de sodio). Así que en nuestro entorno consumimos demasiada sal.
Además la mayor parte de este exceso de sodio que consumimos es sal no visible. No procede de los saleros. Ni de la que espolvoreamos en nuestros guisos al cocinar. Ni siquiera de la sal que está presente de manera natural en los alimentos.
Procede fundamentalmente de la que se añade a alimentos procesados. Las estimaciones dicen que un 70% de la sal en la dieta procede de los alimentos procesados. Esto es, alimentos a los que en su elaboración se les añade artificialmente más sal.
¿Por qué fracasamos haciendo dieta sin sal?
Ni siquiera uno de cada cinco reducen efectivamente el consumo de sal de la dieta. A pesar de que se lo prescriba el médico. Esto en mi experiencia sucede fundamentalmente por tres motivos:
- No somos realmente conscientes de que nuestro consumo es excesivo ya que estamos acostumbrados a cierta intensidad de sabor en nuestra cocina. Lo consideramos lo habitual o lo mínimo indispensable. Algo que se hace así desde hace mucho y por tanta gente a nuestro alrededor no puede ser malo.
- No somos tampoco conscientes de la cantidad de sal que tomamos porque la mayoría es sal no visible. No sabemos que estamos rodeados de alimentos procesados con gran cantidad de sal.
- Tampoco se nos explica detenidamente el efecto perjudicial del exceso de sal en la dieta. Pues conduce a mayores tasas de hipertensión arterial y otras complicaciones cardiovasculares derivadas.
¿Cómo vivir haciendo dieta sin sal?
No hace falta obsesionarse con el etiquetado de todos los productos que compramos en el supermercado ni hacer una lista negra de alimentos.
Lo recomendable es educar progresivamente a nuestro paladar. Igual que no podemos obtener resultados en el gimnasio el primer día no podemos retirar drásticamente la sal de nuestra vida. Estamos acostumbrados a cierto nivel de sabor.
Esto se logra poco a poco. Reduciendo la cantidad de sal que usamos al cocinar y sustituyendo por otras alternativas para el sabor (limón, especias, etc.).
Podemos ir cambiando nuestros aperitivos favoritos por otras alternativas, o por sus equivalentes con menos sal, o sin sal. Haciéndolo de manera gradual reeducamos a nuestras papilas gustativas sin que fracasemos en el intento.
Parte de la responsabilidad es de las administraciones favoreciendo medidas que regulen elaboración y procesado de ciertos alimentos, potenciando con ello las alternativas con menos sal.
Pero también es nuestra. Como consumidores, con nuestros hábitos diarios podemos hacer que las empresas produzcan más productos con poca sal.
Ejemplos de alimentos con alto contenido en sodio: las sopas de sobre, los cubitos de caldo, carnes ahumadas y curadas, fiambres, quesos, conservas, aceitunas, frutos secos salados, mantequillas con sal, refrescos, salsas y en general los platos preparados o envasados.
La sal en la insuficiencia cardíaca
Sabemos que el exceso de sal y volumen circulantes es una forma de adaptación de nuestro aparato circulatorio a la falta de fuerza de la bomba.
Como la bomba no funciona adecuadamente el sistema circulatorio envía señales a nuestros riñones para que retengan sales, y con ello agua. Al aumentar ese volumen circulante se intenta garantizar la suficiente presión de riego a los diferentes órganos.
Del mismo modo las tuberías disminuyen su calibre para aumentar esa presión, lo que se conoce como vasoconstricción.
Pero a largo plazo este aumento de volumen y presión del sistema hace que la bomba se vuelva cada vez más débil. En su mayoría los tratamientos de la insuficiencia cardíaca van encaminados a disminuir esa sobrecarga de presión.
Empleamos diuréticos para orinar más y reducir el volumen circulante. También usamos medicamentos vasodilatadores, que relajan las tuberías para reducir la presión del sistema.
Con esta lógica parece coherente que se haya recomendado siempre reducir la sal y los líquidos de la dieta. Para disminuir volumen y presión circulantes.
Sin embargo, cuando se han hecho estudios que intenten demostrar que la dieta baja en sal mejora la insuficiencia cardíaca, los resultados han sido contradictorios. En unos ha habido mejoría y en otros incluso ha habido empeoramiento.
Esto puede deberse a distintos motivos. En mi opinión pienso que en muchos de estos trabajos falla claramente la forma en la que se comprueba la ingesta de sal diaria de los pacientes incluídos.
Tampoco están bien controlados una serie de factores que pueden falsear los resultados como es la ingesta de líquidos.
Otro fallo puede deberse a que según el tipo de insuficiencia cardíaca y la etapa en la que nos encontremos, la sal puede ser beneficiosa o no.
¿Podemos entonces recomendar una dieta baja en sal a nuestros pacientes con insuficiencia cardíaca?
Personalmente, creo que es razonable la propuesta que se hace desde las guías europeas de evitar un consumo excesivo de sal. Definido como más de seis gramos diarios.
En España obligaría a una reducción de casi la mitad de la sal que tomamos.
Está demostrado es que una dieta con alto contenido de sodio conduce a hipertensión arterial, que es una de las causas fundamentales de insuficiencia cardíaca.
En todos aquellos pacientes con riesgo de desarrollar un primer episodio de insuficiencia cardíaca estar haciendo una dieta sin sal es claramente beneficioso.
Esto incluye a pacientes con hipertensión, diabetes, enfermedad coronaria u otros factores que puedan favorecer el desarrollo de insuficiencia cardíaca.
En aquellas personas que ya han tenido ingresos por insuficiencia cardíaca debemos detenernos a comentar con ellos sus hábitos alimenticios. En pacientes con un consumo excesivo hay que lograr un consumo recomendado. Así como evitar la sobrecarga de líquidos (más de 2-2,5 litros diarios).
Es en estas etapas dónde la ingesta de sal conjuntamente con la toma excesiva de líquidos puede propiciar descompensaciones.
En el caso de que sean pacientes en etapas finales de la enfermedad debemos ser cautos. Porque toleran peor los medicamentos y también pueden tener malnutrición.
Una dieta muy restrictiva con la sal puede conducir a niveles diarios muy bajos de sodio. Y en estos enfermos tan avanzados parece empeorar la insuficiencia cardíaca y favorecer los ingresos hospitalarios.
No se trata de demonizar la sal ni determinados alimentos
Como siempre que se hacen recomendaciones dietéticas o sobre estilos de vida debemos evitar ser tajantes. Hay que evitar frases del tipo: “no puede usted tomar nada de dulce” o “a partir de ahora el chocolate prohibido”.
Son poco útiles en la práctica. El ser demasiado severo solamente conduce a conectar poco con nuestros pacientes e incluso puede infundirles cierta actitud de rebeldía.
Hay que explicar que ciertos alimentos, por su contenido en sal, pueden ser muy sabrosos. Pero de forma progresiva se pueden ir cambiando por otras alternativas que nos gusten y nos sean igualmente placenteras.
Podemos educar el sentido del gusto de manera gradual. De la misma forma que el primer día no podemos ir al gimnasio a matarnos si antes no somos capaces ni de caminar una hora.
Debemos plantearnos objetivos realistas inicialmente, para poder alcanzar a medio plazo unas determinadas metas. Solamente así podemos llegar a cambiar determinados hábitos.
Los beneficios de una dieta más equilibrada y con menos sal son evidentes. Sobre todo al principio cuando todavía no hemos desarrollado problemas de hipertensión arterial ni otras complicaciones.
Pero también después de un infarto, haciendo dieta sin sal podemos prevenir.
En resumen…
Vivimos en una sociedad que abusa de lo salado. El consumo excesivo de sal se asocia a enfermedades cardiovasculares. En la insuficiencia cardíaca la dieta baja en sal tiene resultados controvertidos.
¿Cuánta sal es recomendable? No más de 5 gramos diarios para cualquier persona que quiera prevenir complicaciones como hipertensión arterial o insuficiencia cardíaca.
¿Cómo podemos hacerlo? Controlando un poco la cantidad de esos alimentos que sabemos que son tan ricos en sal. Intentando decantarnos de forma gradual por alternativas sin sal.
¿Haciendo dieta sin sal podré controlar mi enfermedad? No. Por el sencillo motivo de que no va a depender solamente de ese factor.
A medida que avanza la enfermedad la cantidad de sal que tomamos influye menos en el pronóstico.
¿Entonces si no es tan efectivo puedo comer lo que quiera? No debería. Un consumo excesivo de líquidos y sodio lleva frecuentemente a descompensaciones de la enfermedad provocando ingresos hospitalarios repetidos. Debemos evitar el consumo excesivo de sal a toda costa por este efecto perjudicial en los reingresos.
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2 respuestas
Muy interesante como siempre…. Me gustaría saber que piensas del colesterol, yo por ejemplo llevo una dieta saludable, hago ejercicio desde que tengo uso de razón pero siempre he tenido unos valores de colesterol de entre 200 y 220… Solo lo conseguí reducir haciendo una dieta muy restrictiva durante 3 4 meses basada casi exclusivamente en pollo y arroz por lo que terminé harto de ella, pero si conseguí un resultado satisfactorio al bajar mi colesterol a apenas 180, ahora tomo una dieta más variada y equilibrada pero mis niveles han vuelto a subir a 218 por lo que me gustaría saber que piensa un cardiólogo de algo tan controvertido como es el colesterol ya que mi médico de familia nunca le ha dado importancia. Un saludo y como siempre muy interesante el artículo.
Buena cuestión que me reservo para otro post. Por ir adelantando algo, me imagino que me hablas de tus cifras de colesterol total. Luego está el colesterol LDL, que es el que valoramos según una serie de puntos de corte. Con respecto a la dieta del pollo y el arroz no la entiendo mucho. La dieta para bajar colesterol LDL debe ser rica en ácidos grasos insaturados (pescado azul, aceite de oliva virgen, nueces), baja en sodio (conservas y platos preparados fuera) y en azúcares de absorción rápida (los presentes en harinas refinadas, refrescos, caramelos, pasteles, etc). El nivel de LDL objetivo en cada caso depende de otra serie de variables, como ser fumador, hipertenso, diabético, que tenga ya alguna enfermedad cardiovascular previamente, etc. Y ojo con este detalle. Hay personas con colesterol total en límites o ligeramente elevado pero con HDL alto y LDL normal o bajo. Estas personas son las que tienen un riesgo cardiovascular más bajo.